Flora y Mails, dos niños huérfanos, están bajo la tutela de su tío, un joven adinerado, dueño de la mansión Blay. Éste no desea hacerse cargo de la educación de sus sobrinos, salvo en lo estrictamente material. Para ello contrata los servicios de una joven e inexperta institutriz que viajará hasta la mansión para cuidar y educar a los niños. Con cierto recelo a su llegada, está dispuesta a hacerse respetar. Sin embargo, se verá sorprendida por la grata acogida que le dispensan el ama de llaves y los niños. Se siente feliz y afortunada por el entorno en el que va a vivir.
Esta serena y apacible tranquilidad pronto se verá turbada por la aparición de unos fantasmas que visitan a los niños. Aparentemente sólo los ve ella. El ama de llaves, la señora Grose, reconoce posteriormente, la descripción que hace de ellos la joven. Son un antiguo criado de la finca y la anterior institutriz que murieron un año atrás. La muchacha, profundamente impresionada, hará todo lo posible para defender a los pobres niños de aquellas siniestras presencias.