Muchas veces tiene uno la impresión de que en lo que concierne a la cuestión de los sexos, - a la
sexualidad tanto masculina como femenina -, el discurso social se deja arrastrar hacia una pseudo-simplicidad. Sin
embargo, la sexualidad no es una cuestión sencilla. Es el núcleo más opaco de lo humano y da cuenta de las modalidades
propias a cada sujeto de obtener su satisfacción; más allá y más acá de su propia anatomía. Cada uno produce una
respuesta singular a lo enigmático del sexo; a lo que no puede trasmitirse como se transmitiría un conocimiento
práctico, una técnica. La posición sexual es cuestión de una decisión electiva para el sujeto. Si lo masculino puede
situarse en el marco de una lógica de lo universal, lo femenino se abre hacia una dimensión de incompletud. Eso hace
que la feminidad sea un enigma fecundo que concierne tanto a los hombres como a las mujeres. Freud enunció esta
pregunta: "¿Qué quiere la mujer?". Lacan reformuló la pregunta y la transformó radicalmente al plantearla como: "¿Qué
quiere una mujer?", ya que a ellas, decía, hay que tomarlas "una por una".