Se sabe que a partir de los ocho mil metros de altitud el cuerpo humano empieza a morir acelerada e inexorablemente. En el K2 ocurre mucho más abajo, a partir de los siete mil, porque no es una montaña más sino una montaña única que suele matar a sus escaladores en el descenso. De ello es consciente quien se decide a la ascensión, quien se reta con su cima, como en esta novela de García Sánchez le ocurre al protagonista, a quien sólo otra pasión puede salvarle de la obsesión por el vacío, de esa certidumbre de que «cuando haces el K2 ya no hay nada más alla.»: el amor.