La cultura de la Belle Époque idolatraba a los cazadores de imágenes. Los pintores, retratistas y cineastas se habían convertido en notarios de la alegría de vivir burguesa. La saga familiar de los Lumière encarnará el modelo de este arquetipo social. Primero descubren la instantánea. Fijan la vida en impresiones. Luego lanzan al mundo el cine. Alumbran la vida
en movimiento. En este frenesí inventor, su empleado Jean Flandrin visitará al padre del impresionismo, Claude Monet, en pos de respuestas cromáticas. Las tribulaciones afectivas del químico de los Lumière, las
artimañas policiales en el París de fin de siglo, el diálogo entre la pintura y el cine, conforman una trama que culmina en la conquista de la foto en colores. Fugaz espejismo. Porque para entonces, el optimismo de los años felices será enterrado en las trincheras de la Gran Guerra. Sin embargo, en adelante, la memoria pasará a leerse en imágenes.