Cuando K. llega a su destino para trabajar como agrimensor, es del todo incapaz de ocupar el puesto para el que ha sido contratado. Los esfuerzos que K. hace por contactar con su contratador o alguna autoridad con influencia en el castillo que pueda aclarar la situación son vanos: cada paso que da lo enmaraña más y más en unas relaciones sociales establecidas que le resultan ajenas, incomprensibles y que nunca son lo que parecen.