La premio Nobel estadounidense Barbara McClintock descubrió los “genes saltarines” (la transposición genética). Un descubrimiento con el que se adelantó a su tiempo unas cuantas décadas por lo que fue, inicialmente, tan incomprendida como rechazada, pero eso no le impidió ni disminuyó su entusiasmo por descubrir los secretos del mundo natural. De hecho, el legado que ha dejado tras de sí es muy amplio y comprende tanto sus investigaciones -que siguen marcando las indagaciones biológicas actuales y sus aplicaciones prácticas- como su filosofía, que incluye otras formas de mirar, observar y experimentar respetando la Naturaleza: tenía entre sus metas la de preservar el mundo, consciente de que cuidarlo para hacerlo cada vez más habitable, es una responsabilidad humana. Finalmente, sus deseos de ser libre y poder desarrollar su creatividad le hicieron transitar por caminos intrincados que a ella no le intimidaban, más bien todo lo contrario, “le proporcionaron una vida muy satisfactoria”. Una larga vida que trascurren a lo largo de un siglo, el pasado siglo XX, marcado por los cambios ocurridos en la biología y en la vida de las mujeres, a los que ella contribuyó de manera significativa.