«La niña se llama Mélodie. Hace tiempo, antes de que Mélodie naciera, su guapa madre había intentado componer música. Mélodie tiene diez años y trata de comerse un bocadillo, cuyas dos mitades separa y contempla el jamón húmedo y rosa, con un repulsivo brillo verde grisáceo por encima. A su alrededor, en la hierba seca y los árboles agostados, los grillos y los saltamontes hacen ese ruido que acostumbran, no con la voz (a Mélodie le han dicho que no tienen voz), sino con el cuerpo, al frotar una parte contra otra. En ese lugar, piensa Mélodie, todo está vivo, aletea y va de aquí para allá; tiene miedo de que uno de esos insectos se pose de pronto en el bocadillo o en la pierna o se le enrede en el pelo».